10 oct 2014

Magia a la luz de la luna: Nos dio la luna; nos debe la magia

* * *     BUENA

Que esta cinta tiene el inconfundible sello de Woody Allen es innegable. Que contiene todos los elementos característicos de su prolífica filmografía también es innegable. Que estamos ante una nueva obra maestra del director neoyorquino, lo dudo mucho. Habituados a ver una película suya estrenarse por año, y recordando que en menos de un lustro nos ha regalado delicias como “Medianoche en París” (2011) y “Blue Jasmine” (2013), el mismo Woody mantiene su propia vara tan en alto que las expectativas que generan sus películas siempre son elevadas.
En “Magia a la luz de la luna” plantea una serie de relaciones: la mente vs. la magia; la ciencia vs. la religión; el racionalismo vs. el espiritualismo; lo objetivo vs. lo subjetivo. Con este mochila filosófica, uno esperaría de Allen una historia atrapante plasmada con un sutil tono de comedia. La comedia fresca y liviana está, pero no así la historia atrapante. Con esto no quiero decir que sea un bodrio, sino todo lo contrario: es una invitación a la reflexión filosófica a través de una buena historia, pero que no se cuela entre sus grandes obras.
Ambientada en la década de 1920 en la costa azul francesa, la trama nos presenta a Stanley (Colin Firth), un famoso ilusionista trabajando en Berlín. Un antiguo colega suyo le solicita que desenmascare a Sophie (Emma Stone), una bella médium que vive junto a una acaudalada familia aristócrata norteamericana. Cuando Stanley vea los prodigios que Sophie puede realizar, intentará tamizar todo a través de su racionalidad, en donde el mundo espiritual puesto de manifiesto por la muchacha no tienen cabida. Es así como sus esquemas filosóficos y su corazón comenzarán a sucumbir ante la joven.
Tras idas y venidas, y como un intrépido Sherlock Holmes, nuestro protagonista encuentra una explicación racional a todo lo que ha observado. Pero termina descubriendo que la racionalidad no se aplica a las cuestiones del corazón, y eso le hiere su orgullo. Y es aquí donde encontramos explícitamente la mano de Woody, dejando al descubierto su propia visión de la vida: que la felicidad no forma parte del estado natural del hombre. Para reflexionar en casa.
El jazz infaltable y un diseño de producción y de vestuario impecable que se realza con un potente trabajo de fotografía que habla por sí mismo, constituyen un marco perfecto para el desarrollo de esta historia en la que Colin y Emma logran una combinación envidiable desde lo actoral. Todo está perfectamente medido y eso se nota en la pantalla.
Hasta ahora todo encaja a la perfección, a no ser por la ausencia de ese condimento que Woody le añade a sus libretos: ese “no se qué” que me resulta tan difícil de describir, pero que aquellos que han visto algo de sus obras sabrán entender a lo que me refiero. Quizás un giro aquí o allá en la historia y la eliminación de algunas escenas hubiese sido más que suficiente para airearla un poco. No está mal, pero en mi humilde opinión eso bastaba para calificarla como “muy buena”. Pero de que la recomiendo, nuevamente también eso es innegable.

Crítica de Leonardo Arce.



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