* * * BUENA
De la mano del afamado realizador francés Luc Besson ("Nikita", "El Quinto Elemento", entre otras) llega esta coproducción franco-canadiense basada en el filme francés “Distrito 13” (2004). Quizás el dato más distintivo de esta cinta es el hecho de que estamos ante la última película que Paul Walker, el reconocido actor de la saga de “Rápido y Furioso”, logró terminar antes de su inesperada y triste muerte. Con una trama centrada en un futuro no muy lejano, es un intento de reformular los preceptos del género de la acción. No lo logra, pero vale el intento.
Detroit, año 2018. Las grandes mansiones de las clases acomodadas del pasado constituyen un espacio de albergue de delincuentes y nacotraficantes. La “escoria social” se reproduce en ese lugar, amurallado y custodiado para salvaguardar la seguridad de la ciudad. En este contexto, Paul Walker se pone en la piel de Demian, un agente encubierto de la policía. La misión: hallar un dispositivo explosivo robado por Tremaine, el líder del lugar, quien amenaza con destruir la ciudad. Para ello, Lino (David Belle), una suerte de justiciero, lo ayudará en su misión.
Abstrayéndonos un poco de la trama, uno puede observar muy en el fondo ciertos elementos que se alejan un poco del estereotipo de las “clásicas” películas de acción. Hay una riqueza interesante en el aspecto social que se busca subrayar. Las ideas de exclusión y falta de oportunidad refuerzan la existencia de individuos que viven y sobreviven en medio de la delincuencia y el peligro, en donde las clases dirigentes se sumergen en la corrupción y las fuerzas de seguridad contribuyen a remarcar las desigualdades. Un “status quo” que debe defenderse, a como de lugar. En este sentido, estaríamos ante un giro argumental más que interesante, en el que si existen disparos y persecuciones por doquier es por un motivo valioso. Pero no es así. El espíritu pochoclero dicta qué es lo que se tiene que hacer y el filme lo oyó. Ese tufillo social que rodea la trama apenas podemos olfatearlo casi al final de la cinta para dar un lugar a la acción, con sus piruetas, disparos, saltos, persecuciones y peligros. Una pena lamentablemente porque ese aspecto ofrece muchas posibilidades de enriquecer una película de acción, demostrando una veta poco usual.
Aún así, lo destacado del filme es la presentación en la sociedad hollywoodense del “parkour”, una técnica de origen francés formulada por nuestro co-protagonista (David Belle) que utiliza los espacios y la destreza física de los actores para recrear coreografías de alto impacto y visualmente atractivas. La dupla Walker-Belle nos ofrecen muestras acabadas de esta técnica. Debo reconocer: esto es lo mejor del filme.
Como si fuera una de cal y una de arena, la película zafa y entretiene, pero pudo ser un producto mucho más ambicioso que una perfecta demostración de “parkour”. Aunque los fanáticos de Paul Walker verán, en esta película, una genial despedida de la pantalla grande, a la espera del trabajo que no pudo concluir, la última de “Rapido y Furioso”.
Crítica realizada por Leonardo Arce.
Detroit, año 2018. Las grandes mansiones de las clases acomodadas del pasado constituyen un espacio de albergue de delincuentes y nacotraficantes. La “escoria social” se reproduce en ese lugar, amurallado y custodiado para salvaguardar la seguridad de la ciudad. En este contexto, Paul Walker se pone en la piel de Demian, un agente encubierto de la policía. La misión: hallar un dispositivo explosivo robado por Tremaine, el líder del lugar, quien amenaza con destruir la ciudad. Para ello, Lino (David Belle), una suerte de justiciero, lo ayudará en su misión.
Abstrayéndonos un poco de la trama, uno puede observar muy en el fondo ciertos elementos que se alejan un poco del estereotipo de las “clásicas” películas de acción. Hay una riqueza interesante en el aspecto social que se busca subrayar. Las ideas de exclusión y falta de oportunidad refuerzan la existencia de individuos que viven y sobreviven en medio de la delincuencia y el peligro, en donde las clases dirigentes se sumergen en la corrupción y las fuerzas de seguridad contribuyen a remarcar las desigualdades. Un “status quo” que debe defenderse, a como de lugar. En este sentido, estaríamos ante un giro argumental más que interesante, en el que si existen disparos y persecuciones por doquier es por un motivo valioso. Pero no es así. El espíritu pochoclero dicta qué es lo que se tiene que hacer y el filme lo oyó. Ese tufillo social que rodea la trama apenas podemos olfatearlo casi al final de la cinta para dar un lugar a la acción, con sus piruetas, disparos, saltos, persecuciones y peligros. Una pena lamentablemente porque ese aspecto ofrece muchas posibilidades de enriquecer una película de acción, demostrando una veta poco usual.
Aún así, lo destacado del filme es la presentación en la sociedad hollywoodense del “parkour”, una técnica de origen francés formulada por nuestro co-protagonista (David Belle) que utiliza los espacios y la destreza física de los actores para recrear coreografías de alto impacto y visualmente atractivas. La dupla Walker-Belle nos ofrecen muestras acabadas de esta técnica. Debo reconocer: esto es lo mejor del filme.
Como si fuera una de cal y una de arena, la película zafa y entretiene, pero pudo ser un producto mucho más ambicioso que una perfecta demostración de “parkour”. Aunque los fanáticos de Paul Walker verán, en esta película, una genial despedida de la pantalla grande, a la espera del trabajo que no pudo concluir, la última de “Rapido y Furioso”.
Crítica realizada por Leonardo Arce.
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